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Piscinas, esa promesa de felicidad

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«Todo el mundo sonríe en el bordillo de una piscina», es una de las frases medulares no solo de Piscinosofía (Libros del KO, 2023), sino leitmotiv vital de Anabel Vázquez. Y se cuela por los intersticios de su libro, un tratado sobre piscinas reales e imaginarias, en forma de zambullida acuática, refrescante, gozosa y algo asalvajada, pasional y placentera, pues así es la forma de nadar de la propia autora, y así la traslada a su prosa.

El libro, como nos cuenta por teléfono Vázquez, en una calurosa mañana de agosto, «es la continuación de muchos pequeños ejercicios periodísticos en los que yo me lanzaba al agua, por utilizar el símil, en medios y revistas en los que escribo desde hace muchos años. He ido, con el tiempo, dirigiendo mi mirada hacia este tema, un asunto que me iba rozando y, desde ese roce, fue creciendo el interés. Vi que había mucho que contar y que las piscinas contenían muchas más dimensiones, y que tenía mucha información que quería compartir. Así, Piscinosofía es una continuación y una ampliación y una profundización en un interés que yo ya había esbozado en artículos previamente». Su obra magna, pues, deleite para amantes de las piscinas (pero no solo); y, sobre todo, para adoradores el placer, hedonistas del presente. Porque, como dice la autora, en una piscina siempre todo sucede en presente, no hay futuro ni pasado.

Portada de Piscinosofía

En puridad, Piscinosofía comienza en 2019 en Villa Lena, una residencia de artistas en la Toscana, situada en una colina entre Pisa y Florencia. Vázquez solicitó una estancia allí para escribir un librito sobre la «anatomía emocional de la piscina». Por motivo de la covid esta estancia no se haría efectiva sino hasta dos años después, en octubre de 2021. Pero, a pesar, de la cercanía de las dos piscinas con las que contaba el lugar, la autora apenas consiguió escribir veinte líneas. La razón es sencilla: un error de mirada. Así, Vázquez comenzó ensayando un análisis sobre los distintos arquetipos de piscinas, pero, a medida que iba buceando en toda la información que iba recabando al respecto, se daba cuenta de que «lo interesante era lo que me pasaba a mí con las piscinas. Me di cuenta de que lo que más me interesaba era el vínculo que yo tenía con las piscinas. Ahí el libro sufrió un vuelco y ahí decidí que construiría una serie de piscinas reales e imaginarias que habían tenido un impacto en mí de alguna manera, directa o intelectual, y que, desde ese punto, iba a tejer una historia que me tenía a mí de fondo como protagonista», nos cuenta Anabel Vázquez.

Placer y melancolía

Gracias a esta estrategia, el libro se constituye en dos niveles: el de la experiencia emocional y biográfica de la autora, y el de toda una serie de piscinas, evocadas aquí desde la melancolía, el placer vivido o soñado y el deseo futurible. Todo ello, sin embargo, invocado con la fuerza del ahora, llevando al lector de la mano hacia todos esos bordillos refrescantes de las piscinas de medio mundo donde, a pesar de todo, resplandece siempre la dicha. Vaya, que sí, que Piscinosofía es un libro alegre, feliz y venturoso; sus páginas una invitación constante para coger el bañador y correr a refrescarte en una piscina, la que más a mano se tenga; sea esta del tipo que sea. Ya que aquí no se hacen distingos: una piscina son todas las piscinas.

Foto de Anabel Vázquez, por Leticia Díaz de La Morena

Llama la atención en los primeros compases del libro que este no traiga fotografías, una addenda, encarte fotográfico o acaso una galaxia de códigos QR, ya que se referencian, mencionan, analizan y reviven unas cuantas piscinas repartidas por todo el mundo. Nos cuenta Anabel Vázquez que se planteó poner fotografías en un principio, que se lo sugirieron, pero pensó entonces que, de ser así, se iba a convertir el libro en otro libro, que seria otro proyecto diferente. De igual manera, valoró ilustrarlo, «pero realmente me apetecía que fuera un libro en el que cada uno se imaginara las piscinas y buscara las piscinas que quisiera». Y añade: «Así, cuando los lectores me dicen que están leyendo el libro con Google al lado digo, qué maravilla, qué alegría, porque así cada persona construye el libro a su medida e imagina lo que quiere».

Este plumilla da fe de la alegría que constituye descubrir en el buscador de internet las piscinas exóticas, singulares, hermosas y únicas que rememora la autora y que despiertan el gozo, el regocijo y el deseo en nuestra imaginación: la piscina de la casa Gilardi, obra del arquitecto Luis Barragán, construida en la colonia San Miguel Chapultepec de la ciudad de México, las piscinas La Isla y el Stella y su forma de buque urbano, en Madrid, la curiosa piscina roja de la vivienda privada del arquitecto Ricardo Bofill en Mont-ras (Costa Brava), la totalitaria y ahora museificada piscina del dictador Nicolae Ceaușescu, la megalómana del castillo del magnate de la prensa W.R. Hearst, en San Simeon (California), obra de la arquitecta Julia Morgan o la irregular y excéntrica del tejado del edificio de Torres Blancas en Madrid, entre muchas otras.

Metáfora de la vida

«Yo creo que hay algo de poesía en imaginar lo que nunca has conocido, de alguna manera, y en invitar a imaginar lo que no se ve a primera vista», afirma Anabel Vázquez. Y añade: «Una palabra vale para mí más que mil imágenes y eso nos obliga a imaginar, que es el gran privilegio que tenemos los humanos». Así las cosas y con esa pretensión en mente, Piscinosofía se constituye en un tratado evocador, ameno y entretenido en cuyo fondo, en esa gran apetecible piscina fresquita, guarda unas gotitas de poesía.

Asegura la autora que, durante la escritura del libro, fue descubriéndose a sí misma las posibilidades del lenguaje. «Ha sido para mí un viaje precioso porque por el camino he sido la primera que se ha ido sorprendiendo y descubriendo historias. He ido afinando mi pensamiento piscinero a medida que he ido escribiendo». De este descubrimiento surge la idea de la piscina como metáfora, que proviene de un esbozo, una semilla que la periodista fue madurando. «La piscina es una figura de bienestar, de refugio, Y, a su vez, la piscina es un tema infinito, porque te sirve para hablar de otros temas», afirma Anabel Vázquez. La piscina, pero también el nadar, la forma en la que nos deslizamos por el agua como metáfora de vida. La de la piscina, la más recurrente: el útero materno. Y lo extiende Vázquez a otras felicidades. Escribe: «Cada persona tiene sus piscinas. A veces, son otras personas, otras son lugares y objetos». Placeres pues, que nos producen un deleite seguro, que nos invitan al relajo, al gozo, a la dicha de la placidez y la calma, que invitan al deseo y a la sensualidad. Que nos reconfortan y nos ayudan a hacer las paces con las dificultades y sinsabores de la vida cotidiana, placeres que afirman que la vida vale la pena vivirla.

Sobre su manera personal de nadar, tenía Anabel Vázquez una espinita clavada. «Yo veía a esa gente que nada suavísima, deslizándose por el agua sin salpicar y decía qué maravilla, y pensé eso es lo que yo quiero, una forma de nadar que implica un control de la técnica y el gesto de nadar, así que tengo que intentar explorarlo». Y se apuntó a unos cursos de natación en 2021. «Decidí aprender y situarme en un lugar de km 0, animarme a intentar a nadar lento». Y aunque confiesa que tampoco siente que lo haya conseguido, anda al menos en el camino. «Creo que nadar es un permanente camino, sin meta, siempre se puede nadar mejor. Además, todas las aguas son diferentes y todas las maneras de nadar son distintas», concluye. 

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